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jueves, 24 de septiembre de 2009

El dolor de crecer




El dolor de Crecer


¿Por qué no tengo interés en nada? ¿Por qué no puedo comunicarme con los demás como antes? ¿Por qué me siento tan solo/a? ¿Estaré volviéndome loco/a…?
Estas y otras tantas preguntas se me plantearon durante todos estos años de mi trabajo con grupos, y cada una de las personas me trajo a la memoria mis propios conflictos en la difícil etapa de crecer.
Muchas veces nos preguntamos cuándo se inició todo, en algunos casos después de haber vivido un duro momento a nivel emocional (la muerte de un ser querido, pérdidas económicas, divorcio, etc.); en otros casos a partir de una enfermedad o simplemente, como en mi caso, solamente se presenta.
Descontento, desazón, no saber qué hacer con nuestra vida, el cambio se manifiesta en diferentes formas.
Este emerger espiritual – como lo llamó el Dr. Stanislav Grof -, este contacto con el alma, porque aunque parezca increíble, sí, el alma duele, pero recién lo descubrimos cuando estamos en plena crisis espiritual. Porque lo que nos pasa es un conjunto de sensaciones, sentimientos que no podemos comparar con nada que nos haya ocurrido jamás y lo que experimentamos es eso, como un profundo dolor del alma.
Sentimos como si todo nuestro ser fuese una enorme herida abierta, que todo lo que nos pasa nos afecta y nos daña; tenemos una sensibilidad extrema que nos hace indefensos ante todo y ante todos, la sensación de que el mundo está en contra nuestro, que nadie nos comprende y que a nadie le importamos. Comienzan a surgir todos los dolores y necesidades de tiempo atrás, no resueltos, que se vienen a sumar a toda la angustia del presente.
Es el caos y sentimos que esto nunca va a finalizar y es por eso que se tiene la sensación de que se está perdiendo la razón; no hay nada a qué asirnos, por lo menos, eso es lo que pensamos.
Comenzamos a interesarnos por otras cosas, que tal vez nos pasaban totalmente inadvertidas o no nos interesaban en absoluto, como por ejemplo: preguntarnos acerca del origen y propósito de la vida, el porqué del sufrimiento personal y del mundo, el porqué de la injusticia de la desigualdad y una infinidad de otros cuestionamientos, en los cuales no habíamos reparado antes, como si hubiésemos estado hasta ese momento dormidos y al despertar nos encontráramos con esa terrible realidad. No comprendemos lo que sucede y eso nos alarma. Nos sentimos vacíos, confundidos; todo lo que era nuestra vida hasta ese momento se esfuma y no nos queda nada. Como decía San Juan de la Cruz: “La noche oscura del alma”.
Pero como luego de una tormenta sale el sol, comenzamos lentamente a ver la Luz y nacemos a una nueva vida. Recién entonces nos damos cuenta de lo importante de la experiencia, hay que morir, para renacer en un nuevo ser.
A partir de aquí comienza la gran tarea , la comprensión; en parte, empezamos a entender quiénes somos, a conocer las cosas que debemos sanear y nuestra responsabilidad ante la vida.
Sentimos que la vida es Amor y fluye a través de toda la creación, que está todo interconectado, que somos pequeñas luces en una gran red y que la evolución de cada uno de nosotros influye en el Universo.
Percibimos la expansión del chakra cardíaco, tenemos períodos de una felicidad plena, durante los cuales nos parece que comprendemos el misterio de la vida en nosotros y en todo lo creado. Dejamos de sentirnos omnipotentes queriendo manejarla y aprendemos a ser humildes, comenzando a fluir con ella.
El cambio no solo se produce en nuestro interior sino también en nuestro entorno; lo primero que surge es la desorientación que produce en nuestros familiares y amigos que no comprenden qué nos pasa y esto les causa inseguridad. Nos alejamos de personas con las que tal vez compartimos muchos años de nuestra vida, dejamos de tener cosas en común; ahora nuestros intereses son diferentes. Si quienes están a nuestro lado comprendieran nuestro cambio, esto nos evitaría mucho sufrimiento innecesario.
Tendremos momentos en los que nos sentiremos presionados y tal vez intentemos actuar de manera que satisfaga a los demás, pero esto nos traerá una sensación de malestar e inclusive angustia, porque ya no somos los mismos ni volveremos a serlo jamás; tendremos que trabajar la aceptación de esta nueva personalidad, primero en nosotros para poder defenderla ante los otros. Así comienza la etapa de la incomprensión por parte de quienes nos rodean, intentando que entremos en razón para que volvamos a ser quienes éramos; nosotros cometemos el error de querer el cambio de ellos para que se sientan también como nos sentimos nosotros, grave equivocación.
La evolución es diferente en cada ser humano y el tiempo nos va a enseñar que no sirve predicar; si queremos que nos acepten debemos aceptar a los demás como son.
Tenemos una necesidad compulsiva por el conocimiento, adquirimos gran cantidad de literatura y todo lo que leemos nos parece poco; tenemos idea de que hemos perdido mucho tiempo y queremos recuperarlo. El hecho de no poder hablar con cualquier persona sobre lo que nos pasa o nos interesa hace que nos aislemos y estemos mucho tiempo en soledad.
Aunque hayamos pasado lo peor y ya no pensemos que hemos perdido la razón, tenemos etapas de inestabilidad en que nos es muy difícil sobrellevar este cambio de conciencia; los momentos de felicidad plena son seguidos de angustia y nuevamente sentimos que el mundo se desploma sobre nosotros. Pero a medida que pasa el tiempo, muy lentamente, comenzamos a equilibrarnos y a descubrir una realidad totalmente diferente; dejamos de luchar contra los acontecimientos que se nos presentan, tratando de ver el mensaje que traen, para poder actuar en consecuencia, sin angustias ni ansiedades, como si en cada hecho se nos fuera la vida; comenzamos a ver todo con otros ojos y podemos mantener la calma.
Este cambio de actitud nos hace más libres, funcionamos sin estar influidos por las emociones ni la mente; sentimos más y dejamos fluir la intuición, la gran consejera.
Lo más profundo del cambio es el contacto con lo Divino, descubrir que no sólo somos un cuerpo y una mente, que hay algo más allá que nos produce una dicha no sentida anteriormente, una felicidad interna que no tiene que ver con los hechos o las personas que nos rodean, sino con esa parte de Dios en nosotros; al hallarlo, descubrimos el verdadero Amor, el Amor incondicional, sin ataduras, viviendo intensa y libremente como la manifestación real de lo que somos. Algo imposible de explicar. Sintiendo una intensa vibración que no podemos controlar, con una expansión amorosa que nos hace emocionar hasta las lágrimas, encontrándonos con la Alegría y la certeza de lo importante que es vivir.



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