Por alguna oculta razón atribuimos a los animales defectos que sólo tenemos los seres humanos.
No es falsa la serpiente cuando repta zigzagueando en su andar;
es falso el ser humano que deja la rectitud y anda por caminos sinuosos.
No es sucio el cerdo que se revuelca en el barro;
es sucio el ser humano que ensucia su espíritu con conductas inmorales.
No es cruel la hiena que ataca a su presa para alimentarse;
es cruel el ser humano que hiere y tortura a sus hermanos.
No es charlatán el loro que repite sonidos huecos;
es charlatán el ser humano que habla sin tener nada que decir.
No es cobarde la gallina que huye del enemigo por instinto;
es cobarde el ser humano que no afronta los riesgos de su situación.
No es astuto el zorro que se hace el dormido para atrapar a su presa;
es astuto el ser humano que simula para engañar.
No es mentiroso el pájaro que grita lejos de su nido para defender su cría;
es mentiroso el ser humano que oculta la verdad que debería mostrar.
A la vez, no se hace malo el ser humano cuando se parece a los animales,
y se hace malo el animal cuando se asemeja a los humanos...
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