Naturalmente,
el amor genera toda clase de inquietudes y reacciones. Cada persona tiene su
propio carácter y temperamento, pues el medio en que ha crecido y sus
circunstancias son diferentes. No existe una regla universal que se aplique a
todos los problemas y personas. Que dos seres humanos deseen relacionarse
afectivamente es algo tan personal, que, en principio, ningún tercero debería
inmiscuirse. Sin embargo, como predecesor en la vida y como persona que ha
podido acumular más años de experiencia, quiero recalcar un punto clave: nunca
se aparten ni se desvíen de la órbita fundamental, que es su propio desarrollo
como seres humanos.
El
amor tiene que ser una fuerza que los ayude a desarrollarse, a expandir su vida
y a hacer surgir ese potencial innato que todos poseen, ese hermoso caudal de
vitalidad, frescura y dinamismo. Claro que esto sería lo ideal. Como bien reza
el dicho: ‘El amor es ciego. Y ya sabemos que cuando uno se enamora, pierde
toda objetividad. Si la relación de pareja que entablan causa preocupación a
sus padres, los lleva a descuidar los estudios o a tener inclinaciones
autodestructivas, ese amor sólo servirá para hacerse daño mutuamente. Cada uno
actúa como influencia negativa para el otro, y de esta manera, a la larga,
ambos se condenan a la infelicidad.
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