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jueves, 7 de abril de 2011

Yamato-Damashii: LA SUPREMACÍA DEL BIEN COMUN

El mundo los conoce como “los héroes de Fukushima”, entre ingenieros, técnicos especializados y bomberos son unos 300 hombres, voluntarios todos, eligieron sacrificar su vida para evitar cientos de miles de muertes por fuga masiva de radiación. Hoy una semana del terremoto y el tsunami todo indica que lo están logrando. Llevan siete días trabajando sin descanso bajo una presión inimaginable ¿como será saber que cientos de miles de vidas están en sus manos y además trabajar a contrarreloj? ¿Como será saberlo y además estar sometido a condiciones físicas extremas, altas temperaturas, riesgo de derrumbes, trajes que dificultan la movilidad, ausencia de verdadero descanso? ¿Cómo será realizar esa tarea con la certeza que la radiación les está matando? ¿Qué fuerza les permite soportar esa presión con la calma de seguir y seguir, y sobreponerse a todo, y no desfallecer? ¿Que milagro hace posible que no se quiebren, que no huyan, que no entren en crisis de pánico? ¿Que les sostiene?
Los japoneses tienen una hermosa respuesta, dicen que los héroes llevan dentro el Yamato-Damashii, es decir el espíritu japonés. El concepto alude a algo mucho más grande que el patriotismo, alude a la supremacía del bien común sobre el egoísmo individual. Es ese espíritu el que explica que no hubiera saqueos, ni disturbios, que la policía no tuviera como tarea controlar a la población y pudiera dedicarse a las tareas de ayuda y búsqueda. Es ese espíritu el que hace que no se les pase por la mente hacer negocio con la desgracia del prójimo y por tanto no se constatan subidas de precio de los productos de primera necesidad.
La del tsunami de este intenso 2011 es la tierra de los samuráis, la tierra del honor, la del respeto a los ancestros y al prójimo, es el país que pudo levantarse de sus cenizas luego de la segunda guerra; sin embargo, para honrar realmente la grandeza de los héroes de Fukushima y a todo el pueblo japonés, es otra la respuesta que debemos dar cuando nos preguntamos ¿qué les sostiene?
Dar prevalencia al bien común sobre el egoísmo individual es sinónimo de grandeza y la grandeza es patrimonio del espíritu humano, el de los japoneses y también el de los doscientos mil voluntarios que murieron en Chernobyll y de los bomberos que entraron a las torres gemelas. Honramos a los japoneses y tomamos su ejemplo si comprendemos que despertar del egoísmo es tarea de TODOS. En todo ser humano mora oculto un samurai, en todos hay un Hércules que es capaz de vencer obstáculos inimaginables, un David que puede alzarse contra una central nuclear y vencerla con su honda. Ser capaz de desplegar esa fuerza heroica para el bien común es la esencia misma del corazón humano. Esa fuerza no es otra que la fuerza del alma.
La mayoría de nosotros jamás dará la vida en un escenario dramático como el que hoy mantiene al mundo en vilo y sin embargo el ejemplo de los héroes de Fukushima nos concierne. Goliat tienen muchos rostros, la radiación con todo su horror no es el más terrible. Tomemos la lección que Japón nos ofrece, veamos la enorme belleza que siempre resplandece detrás del dolor, no nos quedemos con las sombras. Lo que el pueblo japonés en general y los liquidadores de la central muy en particular nos recuerdan es que el peor rostro de Goliat es el egoísmo. Sólo enfocándonos al bien común podemos ascender al alma, sólo si ascendemos ella desciende y nos infunde su belleza, su poder, su calma.
No podemos seguir considerando que el alma es algo abstracto, poco probable, poco demostrable... No podemos justificarnos con razonamientos trasnochados que persisten en que lo que es invisible e intangible no puede ser objeto de nuestra reflexión, ni nuestra búsqueda. También la radiación del uranio y el plutonio de Fukushima es invisible y no por ello damos por nulos sus efectos. La radiación del alma humana, igual que la del átomo, se mide por sus efectos.
Los efectos de nombrar el alma, son poderosos. Nombrémosla. Redefinamos nuestra identidad, nos convertimos en aquello que pensamos de nosotros. Si nuestro pensamiento concibe la grandeza, la grandeza nos concebirá y seremos alumbrados por ella.

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